martes, 23 de octubre de 2012

El regalo mágico del conejito pobre






Hubo una vez en un lugar una época de muchísima sequía y hambre para los animales. Un conejito muy pobre caminaba triste por el campo cuando se le apareció un mago que le entregó un saco con varias ramitas Son mágicas, y serán aún más mágicas si sabes usarlas" El conejito se moría de hambre, pero decidió no morder las ramitas pensando en darles buen uso.


Al volver a casa, encontró una ovejita muy viejita y pobre que casi no podía caminar."Dame algo, por favor", le dijo. El conejito no tenía nada salvo las ramitas, pero como eran mágicas se resistía a dárselas. Sin embargó, recordó como sus padres le enseñaron desde pequeño a compartirlo todo, así que sacó una ramita del saco y se la dió a la oveja. Al instante, la rama brilló con mil colores, mostrando su magia. El conejito siguió contrariado y contento a la vez, pensando que había dejado escapar una ramita mágica, pero que la ovejita la necesitaba más que él. Lo mismo le ocurrió con un pato ciego y un gallo cojo, de forma que al llegar a su casa sólo le quedaba una de las ramitas.


Al llegar a casa, contó la historia y su encuentro con el mago a sus papás, que se mostraron muy orgullosos por su comportamiento. Y cuando iba a sacar la ramita, llegó su hermanito pequeño, llorando por el hambre, y también se la dió a él.



En ese momento apareció el mago con gran estruendo, y preguntó al conejito ¿Dónde están las ramitas mágicas que te entregué? ¿qué es lo que has hecho con ellas? El conejito se asustó y comenzó a excusarse, pero el mago le cortó diciendo ¿No te dije que si las usabas bien serían más mágicas?. ¡Pues sal fuera y mira lo que has hecho!

Y el conejito salió temblando de su casa para descubrir que a partir de sus ramitas, ¡¡todos los campos de alrededor se habían convertido en una maravillosa granja llena de agua y comida para todos los animales!!

Y el conejito se sintió muy contento por haber obrado bien, y porque la magia de su generosidad hubiera devuelto la alegría a todos



Autor Pedro Pablo Sacristan.

Amiguito como te distes cuenta el cuento nos enseña sobre la generosidad del ser humano es el hábito de dar y entender a los demás.La generosidad es una virtud que difícilmente se puede apreciar en los demás





lunes, 15 de octubre de 2012

El dulce terror de Halloween



Había una vez una ciudad llamada Halloween en la que vivía un malvado fabricante de dulces y golosinas. Este, sabiendo que los papás no dejaban a sus hijos comer golosinas más de una vez a la semana para evitar las caries, inventó un plan para vender muchos más caramelos. Así, pagó a una



 a una pandilla de ladrones y bandidos quienes, disfrazados de horribles monstruos, aterrorizaron a todos. Luego llenó la ciudad de anuncios que aseguraban que sus caramelos eran la única defensa posible contra aquellos



terroríficos seres. Y como todo estaba preparado por el malvado fabricante, lo que decían los anuncios era verdad, y cuando los niños de la casa entregaban sus caramelos, los monstruosos bandidos los dejaban tranquilos y se iban. Las ventas de caramelos se dispararon, pero de forma poco justa. Mientras los niños de familias ricas acumulaban montones y montones de golosinas para protegerse de los malvados, los niños pobres sufrían las peores pesadillas al saber que no tenían ni un triste caramelo con el que calmar a los monstruos. Además, como los caramelos tenían tanto valor, los niños comenzaron a volverse egoístas y desconfiados, y resultaba imposible verlos compartir sus golosinas como siempre habían hecho


Afortunadamente, maldades tan malvadas no pueden durar mucho. Un detective muy listo descubrió los planes del avaricioso fabricante y sus cómplices, y todos ellos acabaron dando con sus huesos en la cárcel.




Pero resultó que el miedo a los monstruos no se terminó, y que los niños ricos seguían acumulando caramelos y golosinas con el mismo egoísmo con el que lo hacían antes de que todo fuera descubierto, y que los niños pobres continuaban viviendo aterrorizados por la falta de dulces.



Todos los papás y mamás de la ciudad, ya fueran ricos o pobres, estaban tan preocupados que celebraron una reunión especial de forma urgente ¿Cómo podían resolver el egoísmo de unos, y el miedo de los otros?



La genial solución vino del mismo ingenioso detective: seguirían igual que antes, pero como los malvados estaban en la cárcel, el papel de monstruos lo harían los niños más pobres.



Así, la noche siguiente, los papás de los niños más pobres acompañaron a sus hijos a hacer de monstruos. Y tan bien lo hicieron, que los niños ricos les dieron buena parte de sus dulces. De esta forma, al cabo de unas cuantas noches, casi todos los niños tenían la misma cantidad de golosinas y ningún miedo, porque a pesar de su esfuerzo por parecer unos monstruos terribles, los niños más chiquitines descubrían fácilmente su disfraz, y todos se dieron cuenta de que por las calles de la ciudad de Halloween no había ningún monstruo, sino un montón de niños que se lo pasaban fenomenal disfrazándose y compartiendo sus caramelos. Autor Pedro Pablo Sacrístán











viernes, 5 de octubre de 2012

Micha y su abuelo




Hoy día hemos leído el siguiente cuento que nos entrega el valor del respeto hacía nuestros semejantes..

El abuelo, el mayor de la casa, era muy muy anciano.
Sus piernas ya no soportaban su peso, sus ojos ya no podían ver, sus oídos no escuchaban y en su boca no quedaba un solo diente.

Su hijo y su nuera no le servían la comida en la mesa, sino al lado de la estufa, para que no ensuciara. Una vez le pusieron la comida en un tazón. Cuando el viejecito quiso levantarlo, lo dejó caer sin querer, y el tazón se rompió. Todo se derramó sobre el piso. Muy disgustada, su nuera le reprochó que dañara los objetos de la casa y que rompiera así su vajilla. Empleando un tono grosero, le dijo que a partir de ese día le servirían de comer en una cubeta de madera, como las que se usaban para dar su alimento a los animales.
El anciano suspiró hondamente pero no dio respuesta alguna a esas palabras que lo habían lastimado. Pasó algún tiempo desde esa ocasión. Un día estaban en la casa el hijo y la nuera del anciano.

Los dos esposos miraban con mucha atención al pequeño niño de ambos. El infante estaba en el suelo, jugando con unos bloques de madera. Los acomodaba de una manera y de otra, como si quisiera darle forma a un objeto en particular.

¿Qué figuras estas haciendo con esos pedazos de madera, hijo? preguntó con curiosidad su padre.

Estoy haciendo una cubeta de madera papá. De esa forma, cuando tú y mamá sean tan viejos como el abuelo podré usarla para servirles su comida informó el pequeño Micha.

Sin decir palabra, el hombre y la mujer se pusieron a llorar. Sentían vergüenza de haber tratado al abuelo de aquella manera. Desde aquel día le sirvieron nuevamente la comida en la mesa, y lo cuidaron bien.

León Tolstoi